lunes, 24 de noviembre de 2014


EL CEPO

Una luna fría rielaba sobre el oscuro tambor del llano, los perros ladraban a la noche y en la sierra se oían los ciervos berrear. Era mediados  casi finales de Octubre y el otoño casi acababa de llegar. Los pastores hacía rato que habían encerrado el ganado en la tina y se agrupaban distendidamente alrededor de una fogata compartiendo su condumio, unas gachas con chorizo una buena hogaza de pan, una bota de vino que corría de mano en mano y un buen queso manchego en aceite, No había mucha conversación ya que eran hombres de poca palabra, estaba acostumbrados a lidiar solos con los animales y no tener mucha compañía, solo se escuchaba a Serafín el más joven y que llevaba poco tiempo en la hacienda. Contaba que esa tarde se había encontrado a un conejo atrapado en un cepo con la pata sangrante.

-Seguro que ha sido el hijo del señorito que como su padre no le deja coger la escopeta se entretiene cazando con cepos, aquí el caso es cazar-. Los perros al oler la sangre se han puestos muy nerviosos y han comenzado a ladrar. –Ni que decir tiene que si hubiera sido su hermana, hasta habría curado al conejo ¡esa tiene otra pasta...! ¡Es una melindre!

            _¡No critiques a la señorita María!- ella es “de corazón” - apostilló Manuel, uno de los pastores más avezados del grupo.

            Después de estos dimes y diretes todos dieron por concluida la cena y cada uno se marchó a dormir, mañana había que madrugar y levantarse antes del  alba para ordeñar cabras y preparar el hato para el día siguiente.

María abrió los ojos a la estancia en semipenumbra, se desperezó incorporándose en la cama y buscando su bata y sus zapatillas se dirigió a la ventana y comenzó a descorrer las cortinas… Le apasionaba la luz, pensó que ya llegaba tarde a la amanecida pues el sol ya apuntaba por encima de la sierra que tenía delante de su ventana,  el paisaje que decoraba era multicolor, los chopos de la ribera del arroyo Valronquillo estaban cromados del naranja al amarillo, todo estaba brillante, el suelo escarchado, un olor a humedad impregnaba el aire a causa de la lluvia caída el día anterior.

            En la base de la sierra junto al camino del Encinarejo se veían aparcados los jeeps de los cazadores, era día de cacería y el pueblo estaba henchido de ladridos de perros nerviosos porque predecían la faena que se les avecinaba. A ella no le gustaba la caza de animales, decían que era necesaria para la ordenación del territorio y equilibrar el número de especies pero...

          Dejó de pensar en ello y comenzó a prepararse para dar un paseo, pues el día daba pie para ello. Se abrigó con un jersey de lana gruesa, botas altas de campo, pantalón de pana y una zamarra de color verde para evitar alterar el cromatismo del paisaje. Tomaría la vereda del arroyo y haría unas bonitas fotos, pues la luz era de buena calidad y la hora de las más adecuadas. Preparó un tentempié, un poco de agua, algo de fruta que metió en un pequeño zurrón, preparó su cámara y comenzó su ruta. En el comienzo del sendero se le unió Zapo un perro callejero que merodeaba por el pueblo y que estaba muy encariñado con ella porque la mayoría de los días comía de su mano.

            María entusiasmada por el paisaje, la luz y la buena compañía, se internó en el frondoso bosque en la ribera del río.  foto aquí y allá, iba siguiendo los pasos de Zapo que parecía conocer el paraje.

            De pronto se dio cuenta que el animal había desaparecido de su vista y comenzó a llamarle… el animal no acudía a su llamada, pensó que igual estaba entretenido con alguna gazapera de conejos o husmeando nuevos horizontes. Al momento escuchó un ladrido lastimero,  comprendió que el perro se había metido en algún problema. Corrió hacia el lugar donde se oían los lamentos y descubrió a Zapo entre unos matorrales. El animal la miraba cariacontecido intentándose lamer una de sus patas traseras,  tironeando para poder sacarla de algo que la había aprisionado y no le dejaba acudir a la llamada. Intentó calmarle porque la terrible realidad es que había caído en un cepo de furtivos y el pobre animal cuanto más hacía por zafarse, más dolor recibía, una de sus   patas estaba toda llena de sangre y parecía rota.

            El problema era como sacarle la pata de aquel horrible  cepo, ya que éste tenía unos dientes afilados de hierro que estaba atravesando la piel y hasta el hueso de su pequeña extremidad.

            Comprendió que debía de hacer algo rápido y que tendría que volver al pueblo a pedir ayuda, aunque primero intentó con un palo fuerte hacer presión sobre el muelle del cepo por si cedía y liberaba al perrito que ladraba cada vez más fuerte.

Una rabia sorda se adueñaba de ella. ¡Otra vez los malditos furtivos! ¿Cómo podía haber gente tan infame que utilizara esas armas que causaban tanto dolor a los animales y que les inducia un sufrimiento tan cruel hasta morir desangrados o muertos de sed y de hambre?

            La vista se le nublaba, su mente no comprendía, un latido sordo se agolpaba en su sien, sin embargo se daba cuenta que tenía que actuar con rapidez por el bien del animal; lo tranquilizó  acariciándole y susurrándole palabras cariñosas para que no siguiera moviendo la pata convulsivamente y la herida se hiciera mayor.

            De repente según estaba agachada, algo frio y metálico le tocó la cabeza. Un hombre para ella desconocido con cara de muy pocos amigos la estaba apuntando en la cabeza con un arma de caza. – Deja al animal y vete para el pueblo,esto es asunto mío_ le dijo el hombre.

            María reaccionó e intentó incorporarse, colocando su mano en el cañón del arma, asustando a su portador. El hombre disparó precipitadamente, hiriéndola en el hombro. La sangre comenzó a manar copiosamente... un profundo dolor en el brazo que amenazaba con extenderse a todo el cuerpo.  
    _¡ Usted está metiendo las narices en terreno peligroso y no sé cómo vamos a resolver este conflicto!

La joven trató de calmarse pues se daba cuenta que efectivamente ese hombre estaba dispuesto a todo y que era el autor de la disposición de los cepos.

 El hombre de nuevo la apuntaba con su arma y ella pensó que allí acababan sus días. _La vida hay que tomarla como viene, y cada uno tiene que apechugar con lo que le toca- el cazador sentenció.


-Te has metido donde no te llaman!!

            María notaba una nausea que surgía de su vientre y llegaba hasta su boca, pensaba que su vida iba a terminar delante de ese monstruo sin conciencia,  oyendo al pobre Zapo ladrando su dolor. Cerró los ojos abrumada e impotente ante la dura realidad, solo el destino podría revelar el final de este episodio. Trató de centrarse en el momento presente por muy duro que era, respiró rítmicamente tratando de calmar su ansiedad, se centro en el sonido del arroyo que discurría al borde del acontecimiento, la sangre no dejaba de manar de su hombro y su brazo colgaba como un péndulo a lo largo de su cuerpo, sabía que estaba a punto de desmayarse...

En ese momento se escuchó un ruido detrás de ella y opuesto al cazador,  sin poder mirar atrás porque no se lo permitía su dolor, abrió los ojos y vio al hombre echar a correr a toda velocidad, un vértigo la recorrió todo el cuerpo y se desmayó entre los arbustos al lado de su amigo Zapo que la lamía la cara.

            Una nube negra cubrió todo su horizonte, solo oía muy lejanamente un sonido estridente, después...  calma y una voz familiar que la invitaba a despertarse… No sabía cómo abrir los ojos, no recordaba haber caminado, no comprendía donde se encontraba pero antes o después tenía que enfrentarse a la realidad, parecía que había discurrido años y años desde que perdiera la conciencia. Decidió hacer frente a su presente...

            Su madre se encontraba a la cabecera de su cama con cara preocupada y por el olor y los elementos que la rodeaba parecía encontrarse en un hospital. Un dolor sordo localizado en su hombro la actualizó su memoria y recordó… ¿Qué había pasado? ¿Quién la había llevado hasta allí?

            No quería pensar... solo sentir se encontraba rodeada de cariño y a salvo.

            Más tarde supo que el capataz forestal llevaba tiempo detrás de un grupo de furtivos  y en su seguimiento la encontraron gracias a los ladridos , llegaron en el momento oportuno de salvarle la vida, a ella y a su perro Zapo que la estaba esperando en el pueblo para terminar la ruta empezada…


                                                                                        MARIA TAU