EL CEPO
Una luna fría rielaba sobre el oscuro tambor del llano, los
perros ladraban a la noche y en la sierra se oían los ciervos berrear. Era
mediados casi finales de Octubre y el
otoño casi acababa de llegar. Los pastores hacía rato que habían encerrado el
ganado en la tina y se agrupaban distendidamente alrededor de una fogata
compartiendo su condumio, unas gachas con chorizo una buena hogaza de pan, una
bota de vino que corría de mano en mano y un buen queso manchego en aceite, No
había mucha conversación ya que eran hombres de poca palabra, estaba
acostumbrados a lidiar solos con los animales y no tener mucha compañía, solo
se escuchaba a Serafín el más joven y que llevaba poco tiempo en la hacienda.
Contaba que esa tarde se había encontrado a un conejo atrapado en un cepo con
la pata sangrante.
-Seguro que ha sido el hijo del señorito que como su padre no
le deja coger la escopeta se entretiene cazando con cepos, aquí el caso es
cazar-. Los perros al oler la sangre se han puestos muy nerviosos y han
comenzado a ladrar. –Ni que decir tiene que si hubiera sido su hermana, hasta habría curado al conejo ¡esa tiene otra pasta...! ¡Es una melindre!
_¡No critiques a la señorita María!-
ella es “de corazón” - apostilló Manuel, uno de los pastores más avezados del
grupo.
Después de estos dimes y diretes
todos dieron por concluida la cena y cada uno se marchó a dormir, mañana había
que madrugar y levantarse antes del alba para ordeñar cabras y
preparar el hato para el día siguiente.
María abrió los ojos a la estancia en semipenumbra, se
desperezó incorporándose en la cama y buscando su bata y sus zapatillas se
dirigió a la ventana y comenzó a descorrer las cortinas… Le apasionaba la luz,
pensó que ya llegaba tarde a la amanecida pues el sol ya apuntaba por encima de
la sierra que tenía delante de su ventana,
el paisaje que decoraba era multicolor, los chopos de la ribera del
arroyo Valronquillo estaban cromados del naranja al amarillo, todo estaba
brillante, el suelo escarchado, un olor a humedad impregnaba el aire a causa de
la lluvia caída el día anterior.
En la base de la sierra junto al
camino del Encinarejo se veían aparcados los jeeps de los cazadores, era día de
cacería y el pueblo estaba henchido de ladridos de perros nerviosos porque
predecían la faena que se les avecinaba. A ella no le gustaba la caza de
animales, decían que era necesaria para la ordenación del territorio y
equilibrar el número de especies pero...
Dejó de
pensar en ello y comenzó a prepararse para dar un paseo, pues el día daba pie
para ello. Se abrigó con un jersey de lana gruesa, botas altas de campo,
pantalón de pana y una zamarra de color verde para evitar alterar el cromatismo
del paisaje. Tomaría la vereda del arroyo y haría unas bonitas fotos, pues la
luz era de buena calidad y la hora de las más adecuadas. Preparó un tentempié,
un poco de agua, algo de fruta que metió en un pequeño zurrón, preparó su
cámara y comenzó su ruta. En el comienzo del sendero se le unió Zapo un perro
callejero que merodeaba por el pueblo y que estaba muy encariñado con ella
porque la mayoría de los días comía de su mano.
María entusiasmada por el paisaje,
la luz y la buena compañía, se internó en el frondoso bosque en la ribera del río. foto aquí y allá, iba siguiendo los pasos de Zapo que
parecía conocer el paraje.
De pronto se dio cuenta que el
animal había desaparecido de su vista y comenzó a llamarle… el animal no acudía
a su llamada, pensó que igual estaba entretenido con alguna gazapera de
conejos o husmeando nuevos horizontes. Al momento escuchó un ladrido lastimero, comprendió que el perro se había metido en algún problema. Corrió hacia el
lugar donde se oían los lamentos y descubrió a Zapo entre unos matorrales. El
animal la miraba cariacontecido intentándose lamer una de sus patas traseras, tironeando para poder sacarla de algo que la había aprisionado y no le dejaba
acudir a la llamada. Intentó calmarle porque la terrible realidad es que había
caído en un cepo de furtivos y el pobre animal cuanto más hacía por zafarse, más
dolor recibía, una de sus patas estaba toda llena de sangre y parecía rota.
El problema era como sacarle la pata
de aquel horrible cepo, ya que éste
tenía unos dientes afilados de hierro que estaba atravesando la piel y hasta el
hueso de su pequeña extremidad.
Comprendió que debía de hacer algo
rápido y que tendría que volver al pueblo a pedir ayuda, aunque primero intentó
con un palo fuerte hacer presión sobre el muelle del cepo por si cedía y
liberaba al perrito que ladraba cada vez más fuerte.
Una rabia
sorda se adueñaba de ella. ¡Otra vez los malditos furtivos! ¿Cómo podía haber
gente tan infame que utilizara esas armas que causaban tanto dolor a los
animales y que les inducia un sufrimiento tan cruel hasta morir desangrados o
muertos de sed y de hambre?
La vista se le nublaba, su mente no
comprendía, un latido sordo se agolpaba en su sien, sin embargo se daba cuenta
que tenía que actuar con rapidez por el bien del animal; lo tranquilizó acariciándole y susurrándole palabras
cariñosas para que no siguiera moviendo la pata convulsivamente y la herida se
hiciera mayor.
De repente según estaba agachada,
algo frio y metálico le tocó la cabeza. Un hombre para ella desconocido con
cara de muy pocos amigos la estaba apuntando en la cabeza con un arma de caza.
– Deja al animal y vete para el pueblo,esto es asunto mío_ le dijo el hombre.
María reaccionó e intentó
incorporarse, colocando su mano en el cañón del arma, asustando a su portador.
El hombre disparó precipitadamente, hiriéndola en el hombro. La sangre comenzó
a manar copiosamente... un profundo dolor en el brazo que amenazaba con
extenderse a todo el cuerpo.
_¡ Usted está metiendo las narices en terreno peligroso y no sé cómo vamos a resolver este conflicto!
_¡ Usted está metiendo las narices en terreno peligroso y no sé cómo vamos a resolver este conflicto!
La joven trató de calmarse pues se daba cuenta que
efectivamente ese hombre estaba dispuesto a todo y que era el autor de la
disposición de los cepos.
El hombre de nuevo la
apuntaba con su arma y ella pensó que allí acababan sus días. _La vida hay que tomarla como viene, y cada uno tiene que apechugar con lo que le toca- el cazador sentenció.
-Te has metido donde no te llaman!!
-Te has metido donde no te llaman!!
María notaba una nausea que surgía
de su vientre y llegaba hasta su boca, pensaba que su vida iba a terminar
delante de ese monstruo sin conciencia, oyendo al pobre Zapo ladrando su dolor. Cerró los
ojos abrumada e impotente ante la dura realidad, solo el destino podría revelar
el final de este episodio. Trató de centrarse en el momento presente por muy
duro que era, respiró rítmicamente tratando de calmar su ansiedad, se centro en el sonido del arroyo que discurría al borde del acontecimiento, la sangre no
dejaba de manar de su hombro y su brazo colgaba como un péndulo a lo largo de
su cuerpo, sabía que estaba a punto de desmayarse...
En ese momento se escuchó un ruido detrás de ella y opuesto
al cazador, sin poder mirar atrás porque
no se lo permitía su dolor, abrió los ojos y vio al hombre echar a correr a
toda velocidad, un vértigo la recorrió todo el cuerpo y se desmayó entre los
arbustos al lado de su amigo Zapo que la lamía la cara.
Una nube negra cubrió todo su
horizonte, solo oía muy lejanamente un sonido estridente, después... calma y una
voz familiar que la invitaba a despertarse… No sabía cómo abrir los ojos, no
recordaba haber caminado, no comprendía donde se encontraba pero antes o
después tenía que enfrentarse a la realidad, parecía que había discurrido años y años desde que perdiera la conciencia. Decidió hacer frente a su presente...
Su madre se encontraba a la cabecera
de su cama con cara preocupada y por el olor y los elementos que la rodeaba
parecía encontrarse en un hospital. Un dolor sordo localizado en su hombro la
actualizó su memoria y recordó… ¿Qué había pasado? ¿Quién la había llevado
hasta allí?
No quería pensar... solo sentir se
encontraba rodeada de cariño y a salvo.
Más tarde supo que el capataz
forestal llevaba tiempo detrás de un grupo de furtivos y en su seguimiento la encontraron gracias a los ladridos , llegaron en el momento oportuno de salvarle la vida, a ella y a su perro Zapo que la estaba esperando en el pueblo
para terminar la ruta empezada…
MARIA TAU
Menos mal que la historia ha acabado bien y Zapo y María se salvan, ¡uf!
ResponderEliminarUn abrazo María Tau. Felicidades por tu blog.
Gracias por tu visita Marisa!! Un abrazo amiga.
EliminarMaria, es fantástico, como siempre transmites muchos sentimientos con tu escritura
ResponderEliminarMaria es fantástico, me siento identificado con tu forma de escribir
ResponderEliminarHola Nacho! Gracias por tu visita y tus elogiosos comentarios. Un abrazo amigo vuelve cuando quieras.
ResponderEliminarPrecioso relato, tienes un estilo muy particular de escribir!! La verdad es que desde que comencé a leer no pude despegar los ojos de la pantalla.
ResponderEliminarUn abrazo!
Hola Julia! Me alegro que disfrutes con la lectura! Te animo a visitar mi blog cuando gustes! Un abrazo amiga.
ResponderEliminarUna aventura trepidante en un escenario encantador y con unos protagonistas muy especiales. Me encantó. Bravo María
ResponderEliminarCon esa belleza de paisaje y unos personajes tan encantadores el mal no tenía nada que hacer allí! Un abrazo Miguel Ángel, gracias por tu visita y tus elogiosos comentarios
ResponderEliminarFascinante relato, escribes tan bien que atrapas al lector en tu obra. te felicito, Siempre es grato leerte. Abrazos
ResponderEliminarUn placer encontrarte en mi blog amiga Rocio Ortiz!! Un abrazo.
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